DE LA FASCINANTE VIDA DE LOS OBJETOS
Siete figuras totémicas de estilizada presencia forman, imperturbables, un conciliábulo enigmático que incluye secretos propios apenas entrevistos. Pequeñas formas escultóricas se encuentran ordenadas verticalmente en nichos que alternan a izquierda y derecha de la abstracta y a un tiempo humanizada estructura que los exhibe. Animales de feroz aspecto serpentean desde los márgenes y muestran afilados dientes acusadores, todos en dirección al centro donde se levanta un hermoso tótem habitado. Cabezas y picos como si fueran ramas que nacen y se abren desde el tronco, amagan escaparse hacia todas partes como si clamaran, ansiosos, por luz y libertad. Las formas de un hombre y una mujer sentados a las respectivas cabeceras observan, cuidan o adoran (¿o tal vez velan?) una tercera forma, la de un notorio pez azul depositado sobre la mesa que los separa, bajo la custodia, también, desde lo alto, de una breve silueta con alas.
Uno tras otro, los objetos que Pablo Damiani trabaja con lucidez y sutileza, rigurosa paciencia y depurada pasión, nacen desde la materia misma que elige como soporte y estructura. En particular su preferida, la madera, ofrece formas primarias y sobre todo colores, texturas y perfumes que estimulan la relación sensorial en los procesos creativos. La conciencia del espacio y el severo orden dispuesto se suman con la fuerza del equilibro a las diversas instancias constructoras y dan noticia de gestos, signos y perspectivas abarcadores de individualidades y conjuntos. Austeridad y sensualidad se abastecen recíprocamente, se exponen sin controversia. Todo cierra y se abre a una penetrante seducción visual que da pie e induce a más profundos conocimientos.
En el seno de una familia signada por la vocación estética, Pablo Damiani exploró desde muy joven las posibilidades que se le ofrecían para levantar, en el camino del arte, un mundo que conjurara sueños, preocupaciones y creencias. Quiso encontrarse a sí mismo en el trabajo que lo convocaba, afinando un oficio que requiere de ajustes, precisiones y agudezas y también de una visión consolidada sobre la base de entornos restaurados y experiencias desafiantes. Halló finalmente lo que buscaba en la síntesis visual de sus objetos. Creadas sobre espacios volumétricos o planos, esas obras -misteriosas, fulgurantes, celebradoras- dan cuenta de mitos personales encaramados en los bordes de su elocuencia.
Cajas, postes, barcas, retablos, amuletos, altares, cornisas, plataformas, marcos y otros variados escenarios despliegan o delinean las imágenes de un espectáculo consecuente en sus fundamentos y variaciones.
Más o menos identificados por señas, sugerencias u otras pistas, se presentan, como actores singulares, en cada instancia: hombres pájaros, gatos rojos, elegantes arpías, reyes gordos, monos circenses, peces con parcelas incorporadas, domésticos perros cotidianos y otra diversa fauna de seres que esconden su misterio –como en tiempos de carnaval- tras sus máscaras.
Un refinado humor se filtra en esta trama ceremonial planificada a cuenta de un juego filoso, inquietante, dionisiaco, que incluye aquelarres, quimeras o navegaciones a la deriva, pero también paseos y reposos.
Por el cernidor de una mano segura que talla, modela y ordena sin equívocos, pasan y se agregan sorpresas como péndulos, tientos o plomadas que refieren a códigos e idiosincrasias.
La calidad también se manifiesta en las pequeñas piezas trabajadas en hueso o en cuero, en los pigmentos que se desplazan y entran en la madera (tonalidades de azules, rojos suaves, verdes claros) a veces como meros toques, leves y limpias pinceladas, y en la escritura que prefiere grafismos e inscripciones pero asimismo deja huella de sus signos en hendiduras y resquicios.
En el santuario de un lenguaje confidencial, se reciclan prodigios y reliquias a partir de la configuración de territorios conquistados a la parodia y la disquisición proverbial. Como encrucijadas quedan al descubierto desde la intimidad de sus escondites en columbarios o alacenas. Ya no son solo insinuaciones, porque la sensibilidad creadora los pone en evidencia como cartas a la vista de “un juego que no se inventó”.
En La recuperación del objeto, Joaquín Torres García se refiere al artista “que tiene el don de conferir vida a la materia” o de “suscitar vida en ella”. Si hubiera conocido la obra de Pablo Damiani, es seguro que la habría elegido como corolario de su enseñanza. También podría mencionársela como ejemplo de insobornable y fascinante personalidad.
Wilfredo Penco
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